Las turbulencias estiran de tu cuerpo.
Las partes, desplazdas, irreconocibles
en su cara de siempre, comprimidas
en puntos que no puedes pensar o ver.

El dolor desaparece a pesar
de su omnipresencia y, allí
donde lo buscas, parece no estar. Allí
donde lo tocas, no lo puedes ver:
el punto que cambia y corre y muta siempre
con el mismo origen, los hilos desde el punto
todo lo tejen como mortaja de un cuerpo que
no es suyo y es solo.

Es, es, y está
perdido en la inmensidad, en la prensa,
en la fecha de entrega del documento del
día de inicio de la fecha de expedición del
certificado de habilitación del registro de
vidas unidas en turbulencias
administrativas que asumen el
fuera de plazo
cuando toca ser el cambio.

Y son constantemente todo, todo a la vez,
nada y todo en todos lados. Un universo
que dura un segundo; el abrir
aquello que tanto esperabas, está allí, dentro
de una caja bonita que carga con la ilusión
manufacturada en mercancía intercambiada
por un módico precio a través de bizum y
no.Y no fue, no. Y fue zafio buscar
donde sabías que no ibas a  encontrar.

Lo sabías y esperabas que llegase
esa anticipación enviada de un futuro
que no existe, por un pasado
que anhela aquello que otros dan por hecho:
un poco de espacio, un techo
bajo el que dormir, donde descansar de
las cargas de este mundo presente, constantemente
cambiando, los hilos, el  punto, siempre
el mismo punto, por todos lados.
Ahí es el cambio.


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