La puerta

Una vez más, ahí está ella y aquí estoy yo. La observo desde una distancia no demasiado segura, sentada sobre la cama y con el cuaderno sobre las piernas mientras escribo estas palabras. Daría igual que me levantase, despejase todo lo que hay en la silla a mi izquierda, acercase ésta al escritorio y escribiese desde allí. También daría igual si me cambiase de habitación, es más, daría igual que me cambiase incluso de piso. Da igual cuántos kilómetros y cuántas horas ponga entre ella y yo, da igual cuántas excusas encuentre y da igual si son o no ciertas: la puerta seguirá ahí. Todos los caminos que pueda tomar me llevan siempre a ella, por mucho que se alejen, por muy intrincados que sean y por distinto que sea el ánimo que me haga compañía durante el trayecto —siempre van a parar a ella. No es una puerta especialmente llamativa, aunque por algún motivo las bisagras están algo vencidas y eso provoca que la puerta no pueda cerrarse del todo. A pesar de eso sigue siendo imposible ver lo que hay en su interior a menos que la abra, aunque aquello que oculta no es todo lo que me preocupa; sus travesaños y largueros enmarcan un panel ocupado por un espejo. La puerta no es siempre la misma puerta: algunas veces la puerta está en mitad de la calle, otras veces en un árbol, a veces flota en la oscuridad, y te preguntarás que cómo lo sé; lo sé porque, aunque no pueda verla, la puerta siempre está ahí.
La puerta sigue ahí y me mira. Arrastra luces y sombras y se viste con ellas, a veces se pinta de otros colores para confundirme, y a veces lo consigue. La puerta no tiene maldad. Ni siquiera es consciente de que es una puerta o de que, en su condición de puerta, invoca al mismísimo Cancerbero. La puerta no sabe que puede no ser una puerta: a veces es un vaso, a veces es una calle, a veces es un sonido, una hora o un recuerdo.
La puerta que estás viendo es la misma y a la vez es distinta. Tiene el mismo color, el mismo contorno. Está distribuida y ubicada exactamente de y en la misma forma que imaginas. El lugar desde el que miramos la puerta es el mismo. Podríamos acercarnos desde distintos puntos, tocarla, golpearla, y seguiríamos viendo la misma puerta, la misma puerta seguiría ahí incluso si la destruyésemos, porque ahora sabes que una puerta no es una puerta. Ahora no sólo hay una puerta ante mí. Ahora tú eres otra puerta.

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