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Las turbulencias estiran de tu cuerpo. Las partes, desplazdas, irreconocibles en su cara de siempre, comprimidas en puntos que no puedes pensar o ver. El dolor desaparece a pesar de su omnipresencia y, allí donde lo buscas, parece no estar. Allí donde lo tocas, no lo puedes ver: el punto que cambia y corre y muta siempre con el mismo origen, los hilos desde el punto todo lo tejen como mortaja de un cuerpo que no es suyo y es solo. Es, es, y está perdido en la inmensidad, en la prensa, en la fecha de entrega del documento del día de inicio de la fecha de expedición del certificado de habilitación del registro de vidas unidas en turbulencias administrativas que asumen el fuera de plazo cuando toca ser el cambio. Y son constantemente todo, todo a la vez, nada y todo en todos lados. Un universo que dura un segundo; el abrir aquello que tanto esperabas, está allí, dentro de una caja bonita que carga con la ilusión manufacturada en mercancía intercambiada por un módico precio a través de bi...

Del tiempo.

                                      Intento agarrarlo con los dedos.                      El tiempo                  Corre. No puedes                                       al Tiempo.                                                                        atrapar                ...
Hay días que huyo de mí. Me hablo en heridas aún curando y las vuelvo a abrir. Le grito a los brotes que van creciendo poco a poco porque se dejan ahogar entre las malas hierbas, porque no son más fuertes ni más altos. Las miro a ellas, puntiagudas, alargadas, dibujando formas complicadas y atractivas, contorsionándose de una forma que hasta duele ver. Esbeltas y de colores dorados visten todo lo que la vista alcanza y más. Los mismos dedos que han hundido en mí, profundas, abarcan incluso aquello que no pueden ver, aquello que no pueden tocar porque simplemente no es. La luz traicionera las ha alimentado y las baña con tonos que las hace lucir valiosas, imponentes, eternas. La luz hace demasiado ruido.

Tinta

Todo es una mancha, un borrón de tinta en el papel que tendemos a interpretar. Intentamos entender lo que apareció sin explicación con sus motivos, pero sin lógica. Cerramos los ojos un segundo y nada espera. Era necesario, pero nunca estamos preparados para que la tinta siga corriendo.
Y pensar que lo pasado no fue más que un tránsito hacia las nadas que no son sino todo. Que yo nunca fui yo, y siempre lo seré, tanto como lo era, tanto como lo soy. Que tú no eres sólo esto y aún así, a pesar de todo, no eres más.
Y contra todo pronóstico, contra toda palabra amiga cálida, cercana, contra toda promesa y toda esperanza: estamos solos. Contra el tiempo y los horarios, los autobuses, los bancos del parque, el supermercado, ese trabajo y ese miedo. Contra esa estabilidad y la rutina inesperada en la que nos perdemos, en la que nos ahogamos y que nos salva: estamos solos. Contra esas ganas de verte y la hendidura cuando siento lo que no he definido que eras. Contra esa idea y contra la realidad de que por muy preparada que estés para el frío siempre quema: estamos solos.
Sólo necesito coger el hilo y tirar de él. Me estoy buscando en el sitio que no es, y sigo tropezándome con un espejismo de mí misma con otra cara, otros labios, otro, gritándome con los ojos mientras yo miro con las manos hacia el sitio que no es. A poquitos me voy viendo en jirones. Tirando del hilo empiezo a deshacer lo que soy y a veces me cuesta reconocerme entre tantos colores, y me voy cosiendo con mis manos, hilvanando con mi pelo cada noche, aprovechando la armadura que creció cuando me dejé de ver. A veces pierdo el hilo y sólo veo un enemigo, y me olvido de ese espejismo y veo otra cara, otros labios, otro miedo, el mismo miedo escondido tras las puertas, el mismo miedo teñido de luces y sombras, y voy toda vestida de la noche y la soledad y el miedo, Alejandra, vuelven conmigo.